Gárgaras de gárgolas

Ahí quedó el ruido petrificado

02 mayo 2006

¿Qué es el tiempo?

¿Qué es el tiempo? El tiempo mece los árboles, exprime los senos de las muchachas jóvenes y atrae a las orugas a comer la mejor lechuga. Todo el mundo lleva una noción de tiempo más o menos controlada. Me gustaría saber como los adultos siempre saben a qué hora y qué día pasa el camión de la basura. Es algo que me tiene realmente preocupado. Bendigo las malas ideas y como muy malas que son, ahora me recordaré escribiendo el ordenador con los ojos cerrados, oyendo el mar de fondo y con la luz entrando de forma coqueta por la ventana. Yo no soy nada, solo soy lo que escribo y como siempre escribo lo mismo pues seré igual siempre. Y siempre suena como una trompeta con tapón, sorda, o como un arpa, de esas que los niños nunca han visto en la vida real, de esas que tocan las hadas que parecen haber tomado un activador físico, como cafeína o algo así. También prefiero empezar a frotar dos millones de candelas para que pueda ver bien de una vez, porque el oscuro surrealismo agoniza en mi colon. La carne de cañón fue siempre bien interpretada por mis ojos medios cerrados, a un paso del sueño diario, del diario descanso que produce el cansancio del día a día. Ahora tengo la cabeza vacía, mas no puedo parar de escribir. El sonido de la música rebota a un lado y a otro de las paredes cerebrales, y provoca un efecto nauseabundo, digno de las mejores carreras. Yo lo único que quería hacer era tirar un piano desde un décimo piso, a ver que pasaba cuando cayese. Pero daba igual la suerte, la suerte no importa, no existe, me da igual, pasa de largo y se para, me sonríe y juega al escondite, pero realmente no está. Cuando la camisa empieza a estar mojada, cuando los sueños andan perdidos y rotos, entonces es cuando siento que el éxtasis corporal llega a la cúspide de una pirámide que no logro controlar, que se colma y derrumba. Y luego forma una muralla a las entradas de mis entrañas, de mi fémur, del omóplato y siento como si la pirámide fuera yo, y como si mil millones de rayos rompiesen la piedra y empezasen a fluir sin sentido. Ya no sé ni lo que digo y lo sé. Me trabo, trastabillo al hablar, y el pensamiento no lleva el mismo caudal desde hace tiempo. La melodía nace sucia, y los recuerdos en vez de en verde aparecen en negro. Como si el cine antiguo se hubiese colado en mi vida, traduciendo las preocupaciones pasadas en entierros de preocupaciones. Y por fin llega el momento de preguntarse qué coño ha pasado en mi vida en los últimos tiempos, en mi última era sobre la Tierra. Abusos, insultos, estupideces o pérdidas completan el catálogo. Es una larga lista de precios, cada cual con su estimación donde existe el lujo o la mediocridad, donde hay sobras o carencia, todo depende desde la óptica donde se mira. Los incendios dejaron muchos escombros sin asombros, hogueras que aún lucen vivas sin pensarlo, y fuego y más fuego. Unas pirulas de sacarina saben a robo, porque estorbo al que impide que le robe, a la falda desnuda de pudor que moja el recuerdo de mi memoria… Puntos suspensivos en la cama, sábanas que momifican al más atrevido y lenguas que absorben el calor de los cuerpos, que se queman ellas mismas. Fluidos a raudales que quedan impresos como las gotas de meado que se quedan en los retretes de los institutos. Que virtud el escribir tristemente.

Yo miro el tiempo cada día, cada segundo, hablo con un árbol que ahora mismo pelea audaz con la primavera. Y cada día parece que una hoja ha crecido en él. Entonces, siempre que lo miro, tan verde y frondoso le pregunto cuanta porquería se puede llegar a pensar en los cambios de hora.